Nací en Corrientes, Argentina, a fines de la década del 80 del siglo pasado. Crecí en una época distinta: no había WhatsApp ni redes sociales, el teléfono fijo era la principal vía de comunicación y la televisión marcaba la opinión pública.
Quizás por eso, con unos 4 años y sin mucho por hacer, tomé la rutina de mis abuelos maternos, que me cuidaban mientras mis padres trabajaban. Con mi abuela, maestra particular, leía todo lo que tuviera en frente. Con mi abuelo, relojero de profesión, armaba y desarmaba mecanismos de relojería para sus clientes del barrio. Así, medio por casualidad, forjé una curiosidad inmanejable y una obsesión por comprender cómo funcionan las cosas.
Terminé el colegio y me anoté en la carrera de derecho, con la aspiración de comprender la realidad a partir de reglas. En dos años la dejé, porque estaba aprendiendo normas y conceptos de cómo debía ser el mundo, y muy poco sobre cómo realmente era. Quería otra cosa. Para ese momento ya tenía internet en mi casa y llegaban a la ciudad las primeras carreras remotas, así que -mitad por interés, mitad por novedad- me anoté en marketing. Si no podía tener una visión acabada del mundo, al menos me iba a llenar de herramientas para sobrevivir en él.
Completé la carrera y aprendí sobre procesos económicos y toma de decisiones, pero me limitaba la idea de dedicarme a vender. Por eso comencé a crear y probar cosas en internet, que era el único lugar para innovar rápido y barato. Planifiqué, escribí, diseñé, programé y aprendí un montón de otros que estaban más avanzados en el mismo camino. Al poco tiempo estaba ganando dinero, combinando proyectos propios con servicios para empresas locales y trabajos freelance en todo el país. Armé un equipo y un espacio de trabajo improvisado, que creció más allá de lo que había imaginado. Hasta que un día recibí una oferta para venderle todo eso a una empresa ya establecida que quería poner un pie en la ciudad. Lo hice, cobré y mi proyecto fue masticado hasta que desapareció. Y fue tan frustrante que hasta me animé a escribir un libro sobre mi experiencia al emprender, para compensar.
Había acortado distancias, pero todavía estaba lejos de las grandes oportunidades. Por eso, hice como muchos y con poco más de 20 años tomé la decisión de mudarme a Buenos Aires para probar suerte. Estaba perdiendo la esperanza, hasta que me llamó un amigo para sumarme al equipo de una campaña política. ¿Y por qué no? Quería y necesitaba trabajar, pero sobre todo sumarme a algo. Acepté, y me sirvió para aprender que la teoría de escritorio siempre se cae a pedazos en el mundo real, lleno de carencias, especulación e intereses contrapuestos. Recorrí durante algunos años la Provincia de Buenos Aires y conocí las dos caras de la política: es la mejor herramienta para transformar la realidad y, al mismo tiempo, una competencia salvaje para disputar el poder.
Y de tanto en tanto nos fuimos especializando en campañas: trabajamos con procesos electorales, manejo de crisis, conflictos internacionales, medios de comunicación, clubes de fútbol, elecciones sindicales, investigaciones criminales y una larga lista de asuntos públicos. En el camino tuve el honor de ganar un Victory Award, el premio más prestigioso y destacado del mundo de la estrategia política. Recibí un reconocimiento como revelación del año, y me llenó de orgullo que colegas con mucha más experiencia valoren y destaquen mi trabajo.
En 2014 se produjo una división societaria y ajustamos el rumbo. Con Gastón decidimos armar algo juntos y enfocarnos de lleno en un proyecto de innovación y participación ciudadana. Así fundamos Kit Urbano, una empresa de impacto social para pensar soluciones innovadoras que pongan al ciudadano en el centro de la gestión pública. Llevamos estas ideas y soluciones a varias ciudades de la región y fuimos reconocidos en el Smart City Expo World Congress por eso.
Entre las campañas y las experiencias ciudadanas, nos dimos cuenta que había una enorme cantidad de información disponible para pensar y accionar con mejores condiciones. Así nació Prosumia, una compañía de bigdata para comprender a las personas a partir del análisis de datos, pronosticar tendencias y modelar comportamientos.
Además de pensarla y cofundarla, asumí el rol de director de operaciones y tuve la oportunidad de diseñar estrategias y planificar proyectos de alto impacto, que colaboraron para llevarla en pocos años al top of mind de la industria y ser reconocida como uno de los mejores lugares para trabajar en Argentina.
Pasó mucho desde aquel chico curioso y obsesivo que mencioné antes, pero nunca se deja de aprender. En 2019, durante unas vacaciones en la costa argentina, me decidí a volver a la universidad para estudiar ciencia política y sumar herramientas para aquello que me apasiona. Encontré una opción remota que me permitía combinarlo con mi actividad profesional, pero mientras realizaba el proceso de inscripción me topé con una alternativa irresistible: licenciatura en estrategia. Una formación de grado en política, economía, comunicación, tecnología y teoría militar pero bien desde arriba, desde la perspectiva de la estrategia. Eran cuatro largos años, pero no lo dudé ni un segundo: iba a profesionalizar el trabajo de una década y combinar teoría con práctica de una manera fascinante.
En 2021 se juntaron varias cosas. Había aportado todo lo que tenía a las empresas que fundé y dejó de ser divertido. Estar ahí me permitía trabajar la estrategia de los proyectos más ambiciosos de la región, pero la rutina comenzó a convertirse en un peso para mí y -al mismo tiempo- mi presencia bloqueaba el crecimiento de una compañía que también necesitaba evolucionar. ¿Y dónde iba a ir? No importa, la decisión estaba tomada porque no tenía más que ofrecer. En octubre de ese año concreté la venta de mi participación societaria y me despedí. La foto de abajo es un recuerdo de mi último día en Prosumia, y quizás se nota en mi cara la mezcla exacta de sensaciones: orgullo y nostalgia, pero sobre todo satisfacción.
Estuve un tiempo revoloteando, inquieto, acostumbrado a la vorágine de las campañas y la política. Mi cerebro llevaba más de una década funcionando en automático y yo ni me había dado cuenta. Y ahora, para arrancar de cero, hacía falta tiempo para ir más profundo. Ahí entendí que necesitaba otra cosa: aburrirme. Pensar en todo es pensar en nada y yo necesitaba despejar la cabeza para hacerle un lugar a lo que viene. Como cuando me aburría de chico en las siestas calurosas de Corrientes, o como aquellos instantes de descanso en los que me aburría de no hacer nada en vacaciones. Al final, si lo pienso bien, las decisiones más importantes de mi vida las tomé aburrido.
Al principio, desconectarme de todo fue un alivio, pero nadie entendía qué había sucedido conmigo. Pasaba los días en una oficina que armé en casa, llenando el espacio con tonterías para pasar el tiempo sin ninguna utilidad. Hasta que llegó el momento indicado: un día me levanté y estaba aburrido hasta de las tonterías. Me había atragantado y luego vomitado todo lo que tenía en la cabeza. Era el momento de volver a arrancar.
En estos años de carrera me había especializado en un tipo de estrategia, típica de la política y de los asuntos públicos, dedicada a intervenir sobre la percepción del otro para condicionar sus decisiones. Al final del camino, mi trabajo era ese: diseñar una ingeniería tal que permita construir un escenario basado en la percepción. Y no exagero. Las campañas se ganan potenciando cosas, destruyendo otras y hasta inventando alternativas. Difundiendo lo propio, pero también confundiendo a todos.
Por eso terminé de escribir Ingeniería social, un libro sobre comportamiento humano y modelos de intervención social que fue presentado en 2023. Es un trabajo de divulgación, para que tomemos consciencia y actuemos en consecuencia. Se basa en mucho de lo que aprendí sobre ciencia y psicología cognitiva, desarrollo del lenguaje, inteligencia, datos y algoritmos de aprendizaje automático. Y también incluye algunas experiencias recolectadas del ámbito profesional y académico que servirán para ver todo eso aplicado en el mundo real. Si te interesa, acá tenés más información.
Y si te tomaste el tiempo de leer todo lo anterior y llegaste hasta acá (¡gracias!) quizás algo de lo que conté te interesó o te puede servir para tus proyectos. ¡Hablemos! Hacé click acá y agendamos una llamada o reunión para conversarlo.
¡Un abrazo!
sergiomelzner.com
Es el resultado de más de una década de investigación y trabajo aplicado, aprendiendo sobre los sesgos cognitivos y utilizando la potencia de la tecnología para aprovecharlos.